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Calle de la Joya, historia de amores compartidos

By Todito Centro

Cuando caminamos por el Centro Histórico, entre el bullicio, los vendedores ambulantes y todo ese folclore, que sin el la ciudad no sería la misma, perdemos de vista lo más elemental, lo que nos dio identidad como nación y esto es la historia de nuestras calles, el porqué hay nombres de calles como de la Machincuepa, de las Ratas, las Lecheras, de los Parados, de la Palma, de la Penitenciaría o el callejón Sal Si Puedes, Estos nombres los debemos a sus habitantes reconocidos a veces a algún evento importante acontecido ahí o simplemente a los conventos.
En esta ocasión trataremos de desentrañar el porqué de la calle de la Joya, llegaremos a ella a través de la calle de 5 de Febrero, ella será nuestro hilo conductor para arribar a la historia que nos aguarda ahí.
Partimos del Palacio de Ayuntamiento, que hoy en día alberga las oficinas de gobierno de la CDMX. De su costado derecho comienza una calle que al parecer no nos dice mucho con su nombre, es la calle 5 de Febrero. Aunque esta fecha no parece trascendental, es de suma importancia para nuestro país, ya que ese día, pero de 1917, vio la luz  nuestra Carta Magna, la Constitución de 1917 (sí, esa misma de la estación del metro) que hasta hoy en día nos rige.
Esta calle de 5 de febrero se conforma de 5 cuadras las cuales son muy versátiles, conforme vamos transitando a través de ella, en la primer cuadra llamada Primera Calle de 5 de Febrero, encontramos lo que en algún momento de esta ciudad marcaría las tendencias de ropa. Hablamos de las tiendas departamentales como el Nuevo Mundo y la primera tienda que rompería con los esquemas de dependientes mal humorados según las crónicas y que colocarían la imagen del vendedor a comisión para tener una mayor y mejor atención. Nos referimos a la tienda departamental más antigua de México, el Palacio de Hierro, creado en 1891 e inaugurado por Porfirio Diaz, mismo negocio que inicialmente vendía ropa en los cajones del portal de las Flores (Zócalo). Estas tiendas fueron el Perisur, la plaza Antara o el Centro Comercial Santa Fe de nuestros días.
Para la Segunda calle de 5 de febrero no se cambia mucho el rubro de la calle, ya que nos encontramos con el antiguo edificio del Puerto de Veracruz, donde trabajó el gran y elocuente poeta Gutiérrez Nájera, cuando era un niño.  Al frente del edificio del puerto, encontramos un portentoso y majestuosos edificio recubierto de mármol blanco, cuya parte superior fue rematada por una colosal cúpula decorada con mosaico y elaborado por el ingeniero Miguel Ángel de Quevedo (sí, una vez más, el de la línea del metro) que en sus orígenes fue contemplado para albergar una tienda de nombre Fabricas Universales.
Ya entrados en la Tercera calle de 5 de Febrero cambia la moda por la salud. Nos comenzamos a encontrar con farmacias, que en algún momento de la época virreinal y hasta en el México independiente albergaron las famosas boticas. La venta de estos productos a esta altura de la calle no es fortuita, se debe a su cercanía con el Hospital de Jesús de Nazareno, que fue el primer hospital de toda América y mandado a crear en 1524 por Hernán Cortez Monroy Pizarro de Altamirano , dicho sea de más es el sitio donde hoy descansan los restos del conquistador.
Llegando por fin a la Cuarta calle de 5 de Febrero; en su entronque con la calle Mesones, nos encontramos con una edificación muy al estilo colonial, la cual porta una placa que ostenta y nos cuenta que ese tramo antiguamente fue conocido como la calle de la Joya. Según el vox populi del siglo XX, que a esta calle se le denominara de dicha manera, es debido a un amor de tres. La leyenda nos narra que aquí tuvo lugar la historia de celos de un mercader acaudalado de la Nueva España de nombre Alonso Fernández de Bobadilla, quien era esposo de doña Isabel que era una mujer tan bella que los hombres la cortejaban constantemente. Un día apareció en la ventana del estudio de don Alonso un anónimo, el cual tenía escrito que su esposa le estaba siendo infiel y que tenía amoríos fuera del matrimonio. Ese mismo día cuando llega a su casa le comenta a su esposa que tiene que salir, que el virrey lo está buscando para tratar unos asuntos con él, cuando deja su morada se disfraza con una capa y un sombrero, espera afuera de su vivienda ansioso de ver quien arriba a ella. Al poco tiempo se presenta en la vivienda el fiscal del ayuntamiento; Raúl de Lara, pero no asiste solo, sino con un gran y hermoso presente, era un brazalete con varias joyas. De pronto llega Don Alonso, enloquecido de celos y viendo la escena del cortejo se lanza sobre este amorío y los apuñala, toma nuevamente el puñal y la joya, con las manos ensangrentadas se dirige hacia la calle y justamente en su portón clava el puñal sosteniendo la joya para demostrar cómo defender la honra.
Si bien esta historia parece tomada de algún libro de Shakespeare, la escribió Vicente Riva Palacio en 1882 en el diario La República y hoy lo podemos encontrar en un libro de nombre “Tradiciones y Leyendas Mexicanas” de Riva Palacio y Juan de Dios Peza. Lamentablemente esto es sólo una leyenda la cual se fue quedando en nuestro imaginario colectivo para darle ese romanticismo que nos encanta, ya que José María Marroquí, en su libro La Ciudad de México (tomo III), nos cuenta que el tras investigar en varios documentos de cabildos, de donde se originaba el nombre de esa calle, no obtuvo información la cual justificara este nombre, cuando lee en el diario de La Republica el texto de Riva palacio, va a visitarlo inmediatamente para preguntarle cómo fue que obtuvo esos datos, que él había estado tocando de casa en casa para recabar información de quienes vivían en esa calle y nadie supo darle un porque, a lo que Riva Palacios le contesta estas precisas palabras “No crea usted, todo es imaginación”.

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